¿Y qué, si desaparece el dinero en efectivo?

Esto es algo que yo me pregunto, no a menudo, sino en ciertas conversaciones con el núcleo más radical de los analógicos que me rodean. El dinero en efectivo es algo que va a desaparece, no igual a corto plazo, pero sí tal vez en unos 10 años. Tampoco creo que será algo radical de un día para otro, pero sí será algo progresivo, tal vez como la transición de la peseta al euro.

Y sucederá, porque hay diversos factores y grupos de presión que están muy interesados en que so suceda. Por un lado está la banca, que como siempre gana, quiere ganar más y si ahora cobran un pingüe beneficio por cada transacción electrónica que realizan, si éstas aumentan, ellos ganarán más. En segundo lugar está Hacienda, que en su interés por controlar la economía de la población, con ello aumentarán el control, porque de toda transacción electrónica queda un registro que aumentará el control sobre el ciudadano y minimizará el fraude fiscal. Aunque para evitar esto están las transacciones con criptomonedas, en las que aún no han encontrado cómo meter mano y si lo consiguen a corto plazo, como están en ello, con las criptomonedas más conocidas, aún están lejos de conseguirlo con otras muchas de menor «importancia» y con las que quedan por venir.

Y por último hay un grupo, que tiene gran interés en que desaparezca todo lo relacionado con el pasado y se adopte cualquier innovación que tenga que ver con el uso del móvil, sea de lo que sea de lo que se trate. Me refiero a los milenial, que si, sea lo que sea, se hace con el móvil o se escribe en inglés, les va bien.

Yo, lejos de ser milenial, sí estoy a favor de pasar al dinero electrónico y dejar de lado los billetes y monedas. Por comodidad y por higiene, ante todo, pero me da igual si ese dinero lo llevo en un dispositivo electrónico, véase un móvil o lo llevo en una tarjeta criptográfica, en un anillo NFC, en un implante, en un tatuaje electrónico o simplemente en una tarjeta bancaria de las de toda la vida; pero cualquier sistema me parece más cómodo que tener que llevar en el bolsillo unos billetes cargados de coca, virus y bacterias que viajan de mano en mano y que yo tengo que tocar y desinfectarme tras su uso, porque vete a saber qué ha tocado o dónde ha metido sus manos su anterior usuario.

Una transición similar a la que ocurrirá con el dinero ya ha sucedido en los últimos años. Las administraciones públicas han hecho desaparecer la entrega en ventanilla de impresos, solicitudes y demás documentación, pasando a ser entregadas únicamente por vía telemática y a pesar de lo mucho que algunos analógicos hayan protestado, y lo sigan haciendo, el mundo no se ha hundido. Está claro que no tiene sentido seguir teniendo que presentar una declaración de la renta, por poner un ejemplo, en papel para que luego un funcionario tenga que estar interpretando la letra del declarante o que éste la presente, nuevamente en papel, aunque sea impresa y recién salida de un ordenador. Si ya la ha realizado con el ordenador, que sea presentada desde él vía Internet.

En algún momento habría que poner la raya y decir hasta aquí hemos llegado y desde hoy desaparece la entrega en papel. Siempre habrá, aunque cada vez menos, gentes que no estén capacitadas para entender cómo realizar estas gestiones de forma telemática, pero para ello están los profesiones que prestan el servicio. Pero ¿qué sucederá si a corto plazo desaparece el dinero en efectivo? ¿Qué pasará con esas personas que hoy no son capaces de manejar con soltura distintas app o que, incluso, no se manejan con tarjetas para los pagos? Pues en mi opinión, que tendrán simplemente que adaptarse, como un día se adaptaron al euro aunque hoy aún queden personas que piensen en pesetas y total, son muchos los que se lo ponen fácil al asimilar en sus precios las 100 pesetas de entonces con el euro de hoy, más el incremento del coste de la vida y la comisión del banco, lo que suman en total el euro treinta que cuesta de media un café. ¡Ah! Pero si me lo pagas con Bizum, mucho mejor.

Author: fbno

Sarcástico, irónico y cáustico. Agnóstico, irreverente, apolítico, apátrida y ciertamente asocial. Defensor del abstencionismo reflexivo y amante de la penúltima cerveza y del Rock.